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Cartografía social comunitaria: una metodología situada para el buen vivir. Territorio, memoria y poder popular

En América Latina, el territorio no es solo una extensión de tierra: es memoria viva, cuerpo colectivo, escenario de luchas y horizonte de vida digna. Frente a los procesos de despojo impulsados por el extractivismo, la mercantilización de la naturaleza y las lógicas tecnocráticas de planificación, han emergido prácticas de re-existencia que reivindican otras formas de habitar, conocer y representar el espacio. Una de ellas, profundamente arraigada en las tradiciones de la educación popular y la investigación-acción participativa, es la cartografía social comunitaria.

Lejos de los mapas “neutros” producidos desde arriba por agencias estatales o corporativas, la cartografía social comunitaria se despliega como un dispositivo político y pedagógico que permite a las comunidades visualizar su territorio desde sus propias perspectivas, saberes y memorias. Cartografiar, en este sentido, no es solo trazar líneas sobre un papel: es narrar historias, hacer visibles conflictos, imaginar futuros, denunciar injusticias y construir alternativas. Es un ejercicio colectivo de lectura y escritura del espacio que activa procesos de concientización, organización y transformación. Este texto propone una reflexión sobre la cartografía social como una metodología situada que dialoga con el horizonte del Buen Vivir (Sumak Kawsay, Suma Qamaña), entendido no como modelo homogéneo, sino como una constelación de sentidos territoriales, relacionales y pluriversales. Desde un enfoque transdisciplinar, se exploran sus raíces epistemológicas, las prácticas que la sostienen, así como los desafíos éticos, políticos y metodológicos que conlleva.

Cartografiar como acto de re-existencia

La cartografía social no nace en los laboratorios de geoinformación ni en los despachos de planificación urbana, sino en los márgenes: en las asambleas barriales, en las mingas comunitarias, en las luchas por el agua y la tierra. Se trata de una práctica de conocimiento situada, que se inscribe en las tradiciones de la educación popular (Freire, 1970), la investigación-acción participativa (Fals Borda, 1986) y las epistemologías del sur (Escobar, 2016). No representa el territorio desde una lógica externa, sino como una construcción vivida, simbólica, política y afectiva.

Cartografiar se convierte así en un acto de re-existencia: una manera de resistir a las narrativas dominantes mediante la creación de lenguajes propios para nombrar y resignificar los lugares que habitamos. Es un modo de visibilizar las huellas de la historia popular, los usos comunitarios del territorio, las prácticas de cuidado y los conflictos silenciados por los mapas oficiales. En palabras de Arturo Escobar (2018), es “un arte de la territorialización desde abajo”.

Más allá del instrumento técnico, la cartografía social es proceso social y ritual colectivo: caminar el territorio, conversar, dibujar, recordar, sanar. Es herramienta para el empoderamiento, pero también creación simbólica que transforma a quienes la practican. Desde esta mirada, cuestiona no solo qué se cartografía, sino desde dónde, con quiénes, para qué y al servicio de quién.

Una metodología situada desde el horizonte del Buen Vivir

La cartografía social comunitaria es una metodología situada, enraizada en contextos concretos, cuerpos vivientes y relaciones territoriales. Su valor no radica en una serie de pasos replicables, sino en su capacidad para activar procesos de reflexión, memoria y transformación comunitaria. En este camino, se entrelaza con el horizonte ético y político del Buen Vivir. El Buen Vivir no es simplemente un equivalente del desarrollo sostenible; es una alternativa civilizatoria que nace de los pueblos indígenas y se ha expandido como visión crítica del capitalismo global (Gudynas, 2011; Acosta, 2016). Propone modos de vida en armonía con la naturaleza, basados en la reciprocidad, el cuidado, la relacionalidad y la diversidad.

En ese espíritu, la cartografía social:

  • Favorece el diálogo horizontal de saberes.
  • Fortalece la autonomía territorial desde narrativas propias.
  • Colectiviza la mirada y la representación.
  • Promueve prácticas de defensa y regeneración territorial.

Además, su carácter abierto y regenerativo permite adaptarse a contextos diversos: desde el uso de mapas hablados y bordados hasta plataformas digitales como uMap, OpenStreetMap o QGIS. Esta plasticidad no responde a modas tecnológicas, sino a una lógica autopoética: el mapa es vehículo para la reinvención comunitaria.

Prácticas desde abajo: experiencias y herramientas

En América Latina abundan experiencias que ilustran el potencial de esta metodología. Desde los asentamientos rurales del Movimiento Sin Tierra (MST) en Brasil hasta los procesos de mapeo con comunidades indígenas en Colombia, Bolivia o Ecuador, los mapas se han convertido en medios para organizar, denunciar, planificar y soñar.
La Escuela de Mapeo de Territorios de Ladera de Medellín, por ejemplo, ha vinculado tecnologías libres como uMap, QField y Tasking Manager con metodologías de educación popular, visibilizando conflictos socioambientales e impulsando procesos de autogestión del riesgo. En la Amazonía colombiana, cabildos indígenas han utilizado el mapeo comunitario para registrar saberes territoriales, documentar presiones extractivas y fortalecer planes de vida.

Las herramientas son múltiples y se combinan según el contexto:

  • Mapas dibujados colectivamente o tejidos con hilos.
  • Plataformas libres como OpenStreetMap, ideales para procesos colaborativos.
  • Software como QGIS y QField, útiles para el análisis y levantamiento de información georreferenciada.
  • Aplicaciones móviles como Mapillary y OSMTracker para la documentación en campo.

Cada mapa es, en el fondo, un acto de creación política: hacer visible lo negado, resignificar lo cotidiano y reforzar la identidad colectiva.

Límites, tensiones y contradicciones

Como toda práctica situada, la cartografía social también enfrenta tensiones. Uno de los desafíos más notorios es el equilibrio entre autonomía comunitaria y cooptación institucional. Muchos procesos, al vincularse con entidades externas, corren el riesgo de perder su sentido emancipador y convertirse en herramientas de diagnóstico tecnocrático.
También persisten brechas de acceso tecnológico: infraestructura limitada, falta de conectividad o conocimientos especializados. Esto exige promover apropiación crítica de herramientas libres, adaptadas a los ritmos y lenguas de cada comunidad.

Las tensiones internas también son parte del proceso. ¿Qué historias se cuentan? ¿Qué lugares se priorizan? ¿Qué silencios se respetan? Los mapas no son neutros. Reflejan relaciones de poder, disputas, afectos, heridas. Por eso, el ejercicio cartográfico debe partir de una ética del cuidado y el disenso.

Finalmente, la sostenibilidad de los procesos es una inquietud constante. ¿Cómo sostener la práctica una vez acaba el proyecto? ¿Quién actualiza los mapas? ¿Cómo evitar que el conocimiento se centralice o se pierda? Fortalecer liderazgos locales, crear memorias metodológicas accesibles y vincular los mapas a planes colectivos son pasos necesarios para que los procesos echen raíces.

Cartografiar para transformar el mundo

La cartografía social comunitaria no es una técnica más. Es una práctica política, una pedagogía del territorio y una metodología crítica que articula saber, sentir y hacer. En diálogo con el Buen Vivir, se convierte en un lenguaje para la transformación, una vía para resignificar la relación entre comunidad, territorio y conocimiento.
En tiempos de crisis ecosocial y disputa por los bienes comunes, mapear es también un gesto de esperanza. Es ejercer el derecho a narrar el mundo desde abajo, desde las memorias y los sueños de quienes lo habitan. Es dibujar, con trazos colectivos, el boceto de otros mundos posibles.

Referencias

  • Acosta, A. (2016). El Buen Vivir: Sumak Kawsay, una oportunidad para imaginar otros mundos. Icaria.
  • Escobar, A. (2016). Autonomía y diseño: La realización de lo comunal. Universidad del Cauca.
  • Escobar, A. (2018). Sentipensar con la tierra: Nuevas lecturas sobre desarrollo, territorio y diferencia. CLACSO.
  • Fals Borda, O. (1986). Conocimiento y poder popular. Siglo XXI.
  • Fernandes, B. M. (2010). Formación política e territorialidade no MST. Expressão Popular.
  • Freire, P. (1970). Pedagogía del oprimido. Siglo XXI.
  • Gudynas, E. (2011). Buen Vivir: Germinando alternativas al desarrollo. América Latina en Movimiento, (462), 1-20.
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