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Buen Conocer: Hacia un Conocimiento Común y Plural para el Buen Vivir

En los últimos años ha cobrado fuerza la noción de Buen Conocer, un concepto emergente que invita a repensar la relación de las sociedades con el conocimiento, la cultura y la tecnología. Derivado del paradigma andino del Buen Vivir (o Sumak Kawsay), el Buen Conocer enfatiza el carácter comunitario, abierto y liberador del saber, en contraposición a su mercantilización y privatización bajo el capitalismo contemporáneo. Se trata de una propuesta que articula ideas de los bienes comunes del conocimiento, la desmercantilización del saber y las epistemologías del Sur, y que encarna diversas resistencias al capitalismo cognitivo en ámbitos comunitarios, tecnológicos y educativos actuales. En este ensayo, exploraremos el concepto de Buen Conocer basándonos en la definición aportada en el Diccionario colaborativo: Minga de Pensamiento Polifónico (2020). A través de un recorrido temático, reflexionaremos sobre la pluralidad epistémica, el diálogo de saberes y las alternativas a la modernidad-colonialidad que orientan al Buen Conocer, así como su manifestación práctica en las comunidades, las tecnologías libres y la educación. Finalmente, esbozaremos una visión ética y política de la proyección de este concepto en el mundo actual, entendiendo el Buen Conocer como una invitación a construir colectivamente futuros más justos y sostenibles en el ámbito del saber.

Orígenes y significado del Buen Conocer

El término Buen Conocer surge en diálogo con las cosmovisiones del Buen Vivir, especialmente en contextos latinoamericanos donde se busca una vida en armonía con la comunidad y la naturaleza. En la definición de Jiménez García (2020), el Buen Conocer constituye una “dimensión de emancipación” dentro del Buen Vivir, orientada a liberar a las comunidades y territorios de las formas de conocimiento opresivas impuestas por los modelos de desarrollo convencionales y el avance del capitalismo cognitivo. Es decir, así como el Buen Vivir propone alternativas al desarrollo material depredador, el Buen Conocer propone alternativas al régimen dominante de producción y control del conocimiento.

Según esta perspectiva, el conocimiento deja de concebirse como mercancía o recurso al servicio del lucro privado, para reafirmarse como un bien común de carácter infinito, cuyo valor principal es de uso social y cultural, no de cambio monetario. En palabras del propio Jiménez, el Buen Conocer “exalta el valor intangible (histórico, cultural, experiencial) de los saberes situados”, contribuyendo a recuperar los saberes ancestrales y locales de las personas, aquellos conocimientos transmitidos por la experiencia colectiva a lo largo del tiempo. Esta revalorización de los saberes locales y tradicionales va de la mano con una crítica frontal a la privatización del conocimiento: en la construcción del Buen Vivir “no hay lugar a la privatización” del saber, pues el paradigma comunitario exige que el conocimiento circule libremente en beneficio de todos. En suma, el Buen Conocer plantea un giro paradigmático en nuestra relación con el saber: de verlo como objeto de apropiación y dominación, a entenderlo como base para la emancipación y el bien común de los pueblos.

El contexto histórico que da sentido a esta noción incluye diversas iniciativas y debates. Un referente clave fue el proyecto Buen Conocer/Flok Society en Ecuador (2013-2014), un proceso de investigación participativa que buscó diseñar políticas públicas para una “economía social del conocimiento común y abierto”editorial.iaen.edu.ec. Este proyecto articuló a académicos, activistas y comunidades en una “minga” (trabajo colaborativo) de producción de saberes orientada a transformar las estructuras de lo que se ha llamado capitalismo cognitivo. Como explica Restakis (2014), el capitalismo cognitivo describe la fase actual en que el conocimiento y la cultura son privatizados y mercantilizados sistemáticamente para la acumulación de capital. Frente a ello, el Buen Conocer –en línea con la noción de una economía social del conocimiento– “pretende superar las barreras que nos excluyen del acceso a la inagotable riqueza de saberes, mediante la liberación del conocimiento común y abierto” (Vila-Viñas & Barandiaran, 2015, p. 79). En otras palabras, se trata de liberar el conocimiento de los cercamientos jurídicos (como la propiedad intelectual restrictiva) y de las lógicas de mercado, para que devenga un patrimonio colectivo accesible y enriquecido por la participación de todos.

Conocimiento común vs. capitalismo cognitivo: hacia la desmercantilización del saber

Un pilar central del Buen Conocer es la idea de los bienes comunes del conocimiento. Al igual que el agua, el aire o los bosques se conciben como bienes comunes naturales, el saber –en todas sus formas, desde la ciencia hasta los saberes tradicionales– puede entenderse como un commons social: un recurso compartido, gestionado colaborativamente y cuyo disfrute no reduce la disponibilidad para otros. De hecho, a diferencia de los recursos naturales finitos, el conocimiento es un bien no rival y no excluyente: puede reproducirse y difundirse potencialmente de forma infinita a costo marginal cero, aumentando su valor cuanto más se comparte. Este carácter “inagotable” del conocimiento común contrasta con la lógica de la economía de mercado, que históricamente ha tratado de convertir el conocimiento en mercancía. El régimen de propiedad intelectual –patentes, copyright, derechos de autor– ha sido la herramienta jurídica para imponer la escasez artificial sobre ideas, invenciones y expresiones culturales, permitiendo su apropiación exclusiva y explotación comercial. Así, en el capitalismo cognitivo, “el conocimiento es privatizado y mercantilizado con el fin de generar ganancias para el capital” (Restakis, 2014, citado en FLOK, 2014).

La propuesta del Buen Conocer desafía abiertamente esta tendencia, abogando por la desmercantilización del saber. Desmercantilizar significa liberar al conocimiento de las lógicas de mercado y de las restricciones propietarias, devolviéndolo al dominio colectivo. Esto no implica rechazar la innovación o la creatividad; por el contrario, significa fomentar formas de producción de conocimiento más abiertas, colaborativas y orientadas al bienestar social. Un ejemplo paradigmático son las tecnologías libres y el movimiento de software libre: licencias como GPL o Creative Commons permiten usar, copiar, modificar y redistribuir obras de software, artísticas o científicas, garantizando así que el conocimiento involucrado permanezca en el dominio común. Estas licencias abiertas han emergido precisamente como una reacción política a la mercantilización intensiva del conocimiento en las últimas décadas. Como señala Bollier (2016), citado por Bustamante (2021), el surgimiento del copyleft y las licencias libres refleja nuevas prácticas colaborativas que buscan “mantener el conocimiento como un commons accesible, frente al cerco creciente de la propiedad intelectual”.

Desde la óptica de los bienes comunes del conocimiento, lo que prima es el valor de uso social del saber, más que su valor de cambio comercial. En la medida en que el conocimiento se comparte libremente, genera externalidades positivas –innovaciones, aprendizajes, beneficios culturales– que se diseminan por toda la sociedad. Por el contrario, cuando el conocimiento se encierra tras patentes o pagos de acceso, su potencial transformador se ve limitado a los pocos que pueden costearlo o controlarlo. De ahí que el Buen Conocer promueva modelos alternativos como el acceso abierto a las publicaciones científicas, los recursos educativos abiertos en pedagogía, los datos abiertos en gobierno y ciencia, y en general cualquier iniciativa donde el saber circule sin barreras. Asimismo, impulsa formas de producción basadas en la inteligencia colectiva y la cooperación, por ejemplo mediante comunidades de práctica, redes de intercambio de conocimientos locales, wikis y plataformas de conocimiento compartido. Estas prácticas prefiguran una economía distinta, donde la innovación es incentivada no por la exclusividad y la ganancia, sino por el reconocimiento mutuo, la contribución social y la resolución colaborativa de problemas. En contextos como el del proyecto FLOK en Ecuador, se ha hablado de construir una “sociedad del conocimiento común y abierto”, en la cual “el conocimiento es un bien común que debe ser gratuito y de libre acceso” para lograr el Buen Vivir (Restakis, 2014).

Por supuesto, transitar hacia ese modelo implica desafíos estructurales. Requiere cambiar las relaciones de poder en la sociedad, tal como advierte Restakis: sin instituciones y políticas públicas que sostengan el bien común, los esfuerzos de apertura del conocimiento pueden ser cooptados o revertidos por intereses corporativos. Esto nos recuerda que el Buen Conocer no es solo un ideal romántico de compartir, sino un proyecto político que demanda nuevas institucionalidades (por ejemplo, repositorios públicos de conocimiento, licenciamientos alternativos, universidades abiertas) y la defensa activa de los comunes contra la privatización. En síntesis, en la pugna entre conocimiento común y capitalismo cognitivo, el Buen Conocer aboga por un conocimiento libre, comunitario y desmercantilizado, reconociendo al saber no como mercancía, sino como fuente de vida colectiva, cultura y autonomía.

Pluralidad epistémica y diálogo de saberes

Otra dimensión clave del Buen Conocer es su énfasis en la pluralidad epistémica y el diálogo de saberes. El conocimiento que promueve no es un saber único, homogeneizador o puramente “técnico”, sino un mosaico en el que conviven múltiples formas de entender y significar el mundo. Esta perspectiva se nutre de las llamadas Epistemologías del Sur, un conjunto de corrientes de pensamiento de raíz decolonial que cuestionan la dominación de la epistemología eurocéntrica y reivindican el valor de los conocimientos subalternos, indígenas, afrodescendientes, campesinos y populares (Santos, 2014; Escobar, 2016). En lugar de una sola “episteme” válida impuesta desde el Norte global, las Epistemologías del Sur proponen reconocer la diversidad de saberes y “las distintas maneras de entender el mundo y dar sentido a la existencia” que poseen los pueblos del planeta.

El antropólogo Arturo Escobar, uno de los referentes de este giro epistémico, plantea la necesidad de pensar en “mundos y conocimientos de otro modo”. Escobar sostiene que no existe modernidad sin colonialidad; es decir, la colonialidad del saber ha implicado la subordinación y silenciamiento sistemático de las visiones de mundo no occidentales. Por ello, para desmantelar esa hegemonía, resulta imprescindible “tomar en serio la fuerza epistemológica de las historias locales y pensar la teoría desde la praxis de los grupos subalternos” (Escobar, 2003, p. 753). Este llamado conecta directamente con el Buen Conocer, que valora los saberes situados de comunidades específicas –sus memorias, lenguas, prácticas agrícolas, medicinas tradicionales, artes y oficios– otorgándoles dignidad y espacios de florecimiento. Cuando se habla de diálogo de saberes (* diálogo de saberes*), no se trata de un intercambio folclórico superficial, sino de un proceso de aprendizaje recíproco en condiciones de respeto y simetría, donde el conocimiento científico-occidental se pone en conversación con otros saberes sin pretensiones de superioridad.

La educadora y teórica decolonial Catherine Walsh profundiza en esta idea a través del concepto de interculturalidad crítica. Walsh (2009; 2018) diferencia entre una “interculturalidad funcional” –meramente instrumental, promovida desde el Estado para incluir minorías sin cambiar las estructuras– y una interculturalidad crítica, que es un proyecto “epistémico, político y ético” de transformación social. La interculturalidad crítica, defendida por Walsh y otros pensadores latinoamericanos, busca construir un diálogo simétrico de saberes, donde ninguna forma de conocimiento se considere intrínsecamente superior a otra por prejuicios de origen, etnia o clase. Esto implica, por ejemplo, reconocer que la cosmovisión andina o la medicina tradicional afrodescendiente encierran racionalidades propias y soluciones válidas, que pueden dialogar de tú a tú con la ciencia moderna. Como resume Walsh (2018), se trata de “un intercambio que se edifica entre personas, conocimientos, saberes y prácticas culturalmente distintas; un espacio de convivencia donde las relaciones [de poder]” tienden a horizontalizarse (citado en Fornet-Betancourt, 2013, p. 59). En ese sentido, el diálogo de saberes es a la vez método y fin: método de construcción colectiva del conocimiento –por medio de mingas, círculos de palabra, investigación participativa– y fin emancipatorio, al propiciar cognición democrática o justicia cognitiva (Visvanathan, 2009), esto es, el derecho de todos los grupos a contribuir con sus saberes al conocimiento común.

Bajo el paraguas de las Epistemologías del Sur, el Buen Conocer toma fuerza no solo como un asunto de acceso al conocimiento, sino también de qué conocimientos consideramos válidos y quiénes tienen la voz en su producción. La pluralidad epistémica nos invita a desaprender la idea colonial de que solo el saber occidental ilustrado es racional o útil, y abrazar la noción de un pluriverso de conocimientos. Este término, inspirado por el zapatismo (“un mundo donde quepan muchos mundos”), enfatiza que no existe un único “universo” epistemológico, sino muchos “mundos” coexistentes.

Cada comunidad o cultura es portadora de un mundo de significados, y el reto es crear puentes entre ellos sin borrarlos. En la práctica, esto conlleva apoyar procesos de revitalización de saberes ancestrales (por ejemplo, la transmisión de lenguas indígenas, las escuelas de sabiduría comunitaria, los semilleros de investigación local) y también promover la co-creación de conocimientos entre diferentes actores. Un caso notable son las experiencias de investigación-acción participativa en América Latina, en las cuales investigadores académicos colaboran con comunidades para “coproducir conocimientos situados” que respondan a problemáticas locales. Estos enfoques, al romper la jerarquía entre “expertos” y “sabios locales”, encarnan el Buen Conocer en tanto método dialógico y descolonizador.

Buen Conocer en las prácticas contemporáneas

Las ideas del Buen Conocer trascienden la teoría y se expresan en múltiples ámbitos prácticos hoy en día. A continuación, examinaremos cómo se articulan en contextos comunitarios, tecnológicos y educativos, demostrando su relevancia para afrontar retos contemporáneos.

En las comunidades: saberes locales y acción colectiva

En contextos comunitarios, el Buen Conocer se manifiesta en esfuerzos por fortalecer los saberes locales y poner el conocimiento al servicio de la vida en común. Un ejemplo son los movimientos de soberanía alimentaria que rescatan prácticas agrícolas ancestrales, semillas nativas y conocimientos campesinos frente a la agroindustria corporativa. Al rechazar patentes sobre semillas y conocimientos tradicionales –una forma de privatización del saber agrícola– estas comunidades están afirmando que el conocimiento ecológico es un bien común que debe permanecer libre. Tal como se propuso en la Declaración del Buen Conocer (Quito, 2014), las semillas heredadas de los pueblos durante miles de años no deben ser objeto de apropiación privada ni reglamentaciones que limiten su intercambioeditorial.iaen.edu.ec. En otras palabras, se reclama el derecho a compartir conocimiento para garantizar la diversidad biocultural y la autonomía alimentaria.

Otra vía son las iniciativas de memoria histórica y cultural lideradas por comunidades indígenas y afrodescendientes, donde se recopilan saberes orales, se reconstruyen genealogías y se difunden tradiciones a las nuevas generaciones. Estos procesos de “sistematización de experiencias situadas”, a menudo realizados en colaboración con investigadores solidarios, son fundamentales para contrarrestar siglos de invisibilización de esos conocimientos. A través de archivos orales, museos comunitarios, festivales locales y otras estrategias, las comunidades se reapropian de su patrimonio inmaterial y lo comparten en sus propios términos. Esto no solo enriquece el acervo cultural global, sino que fortalece la identidad y la cohesión social, demostrando que el conocimiento no tiene por qué enajenarse de quienes lo producen.

Cabe mencionar también las prácticas de educación popular y pedagogías comunitarias, inspiradas en gran medida en Paulo Freire y otros educadores latinoamericanos. En las escuelas campesinas, los círculos de alfabetización o los talleres barriales, el conocimiento fluye de manera horizontal: todos enseñan y aprenden, rescatando saberes locales en el proceso. Así, una comunidad rural puede combinar los conocimientos modernos (por ejemplo, técnicas agroecológicas científicas) con el saber tradicional (fases lunares para siembra, ceremonias asociadas a la tierra), integrándolos en una visión propia de desarrollo local. Este “diálogo de saberes” orientado a la transformación social ha sido documentado ampliamente en experiencias de educación intercultural bilingüe, universidades indígenas como la Amawtay Wasi en Ecuador, o procesos organizativos como la Minga en Colombia. En todos ellos, el Buen Conocer se refleja en la convicción de que todos poseemos saberes válidos y que su puesta en común puede empoderar a las comunidades para enfrentar problemas (salud, producción, derechos) de manera autónoma.

En la tecnología y la cultura digital: hacia la libertad del conocimiento

El ámbito tecnológico es otro terreno donde el Buen Conocer está dejando huella, a través del impulso de la cultura libre y los commons digitales. La filosofía del software libre, iniciada por Richard Stallman en los años 1980, sentó las bases éticas para concebir los programas de computadora no como productos privativos, sino como conocimientos compartibles. Hoy, millones de desarrolladores colaboran globalmente en proyectos de código abierto (desde Linux hasta Wikipedia), demostrando que modelos productivos cooperativos pueden superar en eficiencia e innovación a los esquemas cerrados. Esta producción entre pares (peer production) constituye una verdadera economía del conocimiento común en la práctica, donde el valor se crea colectivamente y los resultados se liberan para el beneficio universal. Por ejemplo, Wikipedia es la enciclopedia más grande de la historia precisamente porque cualquier persona puede aportar su conocimiento, corregir errores y reusar el contenido con libertad. Esta lógica abierta encarna la desmercantilización del saber digital: en lugar de vender información, se construye un recurso común accesible para todos con Internet.

Asimismo, en respuesta a la expansión del capitalismo de plataformas y la extracción de datos, han surgido movimientos que abogan por la tecnología apropiada y la soberanía digital de las comunidades. Proyectos de redes comunitarias de telecomunicación, desarrollos de software libre adaptado a idiomas locales, o repositorios de conocimiento tradicional en línea, son ejemplos donde lo tecnológico se alinea con lo cultural para proteger y difundir saberes locales. Aquí el Buen Conocer se traduce en la premisa de que la tecnología debe estar al servicio de las necesidades sociales y culturales, y no únicamente dictada por el mercado global. Iniciativas como la Minga por la Libertad Tecnológica en Ecuador (2014) enfatizaron la necesidad de una tecnología libre, que promueva la circulación abierta del conocimiento técnico y reduzca la dependencia de herramientas privativas extranjeras. Del mismo modo, en el campo de la ciencia, el movimiento de acceso abierto promueve que las investigaciones y datos científicos (muchos de ellos financiados con fondos públicos) estén disponibles sin barreras, permitiendo que científicos de países del Sur y comunidades interesadas puedan aprovechar ese conocimiento. La pandemia de COVID-19 evidenció la importancia de esta filosofía: desde la liberación de la secuencia genética del virus hasta la cooperación abierta para desarrollar vacunas, se hicieron llamados globales a compartir datos y resultados libremente por el bien común, por encima de patentes y lucros. Esto demuestra que, incluso en alta tecnología, la lógica del conocimiento como bien común puede salvar vidas y generar innovaciones más rápidas y equitativas.

En síntesis, el mundo digital ha reavivado el debate sobre quién controla el conocimiento y con qué fines. Frente a la tendencia de las grandes corporaciones tecnológicas a “cercar” el conocimiento (mediante copyrights draconianos, software propietario, algoritmos opacos, etc.), las comunidades de cultura libre proponen modelos alternativos basados en apertura, transparencia y colaboración. Este es un terreno de disputa en curso: por un lado, el capitalismo cognitivo digital busca apropiarse de cada idea, dato o creación (desde nuestra información personal hasta el genoma humano); por otro, movimientos inspirados en el Buen Conocer luchan por mantener abiertos esos espacios de saber. Cada vez que un gobierno adopta software libre en sus instituciones, que una universidad lanza sus cursos bajo licencias abiertas, o que una comunidad desarrolla una startup cooperativa de conocimiento abierto, se está dando un paso hacia ese horizonte post-capitalista del conocimiento común.

En la educación: pedagogías para la emancipación y la pluriversalidad

El campo educativo es quizás donde más se visibiliza la tensión y la convergencia entre distintos modelos de conocimiento. Tradicionalmente, la educación formal ha privilegiado cierto tipo de saber (occidental, urbano, escrito) y ha ignorado o menospreciado otros. Sin embargo, las últimas décadas han visto emerger enfoques pedagógicos alineados con el Buen Conocer, que promueven una educación descolonizadora, intercultural y liberadora. Un ejemplo es la incorporación del diálogo de saberes en currículos escolares, especialmente en países andinos con población indígena significativa. En Bolivia, Perú y Ecuador, las reformas de educación intercultural bilingüe han intentado colocar la cosmovisión indígena al lado de la ciencia occidental en las aulas, enseñando tanto la historia local como la universal, tanto la lengua originaria como el español o inglés. Esta interculturalidad en la educación busca justamente pluralizar las fuentes de conocimiento que nutren a los estudiantes, de modo que aprendan a valorar sus propias herencias culturales y al mismo tiempo comprenda otras formas de pensar. Aunque la implementación ha encontrado dificultades, marca un camino hacia la pluralidad epistémica desde la infancia.

Otra vertiente son las pedagogías críticas y decoloniales, donde educadores inspirados por Freire, Walsh y otros replantean la relación docente-estudiante y el contenido mismo del saber que se transmite. La idea de “educación bancaria” (Freire) –en la que el maestro deposita conocimientos en el alumno de manera unilateral– es rechazada en favor de metodologías participativas donde el estudiante aporta también sus saberes y experiencias. Catherine Walsh, por ejemplo, coordina programas de formación de educadores en los que se enfatiza que el aula debe ser un espacio de “re-existencia”, donde se problematizan las narrativas eurocéntricas y se incorporan narrativas alternativas (Walsh, 2013). Esto puede significar desde analizar la historia desde la perspectiva de los oprimidos, hasta incluir contenidos de saberes populares (artesanías, músicas, gastronomías locales) en igualdad de condiciones con los llamados “saberes académicos”. El resultado es una educación que no solo informa, sino que forma sujetos críticos, con raíces en su cultura pero capaces de dialogar con otras, y sobre todo comprometidos con la transformación social. En palabras de Walsh, “la interculturalidad crítica es un proyecto epistémico, político y ético, y una herramienta de la práctica decolonial, donde la educación –siendo fiel a su vocación emancipadora– juega un rol central” (Walsh, 2018, p.58).

Además, el Buen Conocer en la educación se refleja en el impulso a los recursos educativos abiertos y las prácticas de conocimiento abierto en la academia. Universidades de todo el mundo están adoptando políticas de acceso abierto para publicaciones y tesis, creando repositorios institucionales libres. También crece la tendencia de compartir públicamente los materiales de clase, apuntes y libros en formato digital abierto, para que cualquier persona interesada pueda aprender de ellos sin costo. Plataformas de cursos en línea masivos (MOOCs) y proyectos como Khan Academy, aunque no siempre están libres de intereses comerciales, han contribuido a democratizar el acceso al conocimiento. El ideal hacia el que se avanza es el de una “universidad sin muros”, donde el conocimiento académico fluya más allá de las élites y retroalimente los procesos comunitarios. Algunas experiencias innovadoras son las universidades indígenas autónomas, las escuelas campesinas o las cátedras libres en movimientos sociales, que demuestran formas alternativas de generar y transmitir saber, conectadas con las luchas por tierra, derechos humanos o cultura. En todos estos casos, la educación se convierte en un territorio de construcción del Buen Conocer: enseñando a cooperar en vez de competir por el conocimiento, formando para la vida en comunidad más que para el mercado, y validando múltiples inteligencias (lingüística, artística, ecológica, emocional) frente a la noción estrecha de éxito académico tradicional.

Hacia una ética y política del Buen Conocer

El recorrido por el concepto de Buen Conocer nos muestra una visión esperanzadora y desafiante a la vez. En esencia, el Buen Conocer propone una ética del conocimiento basada en la solidaridad, la inclusión y el respeto por la diversidad, contrapuesta a la lógica individualista y excluyente del capitalismo cognitivo. Esta ética se traduce políticamente en la defensa de los comunes del saber y en la lucha por la democratización cognitiva de nuestras sociedades. Implica, en el mundo actual, reivindicar principios como: el acceso universal al conocimiento (como un derecho humano básico en la era digital), la participación comunitaria en la definición de qué conocimientos son valiosos (superando el monopolio epistemológico occidental), y la responsabilidad colectiva sobre cómo usamos el saber (orientándolo al bien común y al cuidado de la vida, no a la destrucción ni a la dominación).

La proyección ética del Buen Conocer conlleva preguntarnos cómo queremos que sea el futuro de nuestras sociedades del conocimiento. ¿Seguiremos profundizando un modelo en que pocos controlan la información, la ciencia y la tecnología para su beneficio, generando nuevas brechas y formas de colonialismo (digital, cultural)? ¿O podremos transitar hacia un modelo colaborativo donde el conocimiento circule libremente y empodere a todos por igual? El Buen Conocer apuesta por lo segundo. Desde una perspectiva política, esto significa promover políticas públicas que garanticen la apertura del conocimiento –por ejemplo, leyes de acceso abierto, apoyo a bibliotecas y archivos públicos, sistemas educativos interculturales, financiamiento a la ciencia ciudadana–. También supone proteger a quienes producen conocimiento alternativo: defensores de saberes tradicionales, desarrolladores de software libre, docentes innovadores, etc., reconociendo su labor y resguardándolos de la cooptación corporativa o la persecución (como en el caso de activistas por el acceso al conocimiento).

El Buen Conocer nos plantea asimismo una responsabilidad ética a nivel individual y comunitario. En la era de la información, todos somos en cierta medida creadores y difusores de conocimiento. Adoptar el Buen Conocer implica prácticas cotidianas como compartir conocimientos sin esperar recompensa inmediata, respetar la autoría colectiva, evitar propagar información falsa o dañina, y en general concebir el acto de conocer como un proceso relacional más que competitivo. Se trata, en última instancia, de repolitizar el conocimiento, de verlo no como algo neutral, sino como terreno de disputa donde se decide qué voces cuentan y con qué propósito utilizamos lo que sabemos.

En el mundo actual –atravesado por crisis globales como la pandemia, el cambio climático, las desigualdades profundas– el concepto de Buen Conocer adquiere una relevancia especial. Estas crisis han puesto en evidencia que necesitamos soluciones basadas en la cooperación y el intercambio libre de saberes: la ciencia abierta colaborando internacionalmente por vacunas; los pueblos originarios aportando conocimientos vitales para la gestión sostenible de ecosistemas; las comunidades locales innovando en prácticas de resiliencia. La capacidad de la humanidad para enfrentar estos retos puede ampliarse enormemente si rompemos las barreras que restringen el flujo del conocimiento. El Buen Conocer, con su llamado a la emancipación cognitiva de los oprimidos y a la construcción de un pluriverso de saberes, ofrece un horizonte inspirador para avanzar en esa dirección.

En conclusión, el Buen Conocer nos invita a imaginar y construir un mundo donde el saber deje de ser instrumento de dominación para convertirse en fundamento de libertades compartidas. Como “antídoto” al paradigma cognitivo capitalistaeditorial.iaen.edu.ec, el Buen Conocer abre caminos para que la producción y el uso del conocimiento estén orientados por la justicia social, la diversidad cultural y la sostenibilidad de la vida. Su realización no será automática ni sencilla: requiere de la articulación de movimientos sociales, comunidades, académicos y gobiernos dispuestos a innovar más allá de la modernidad-colonialidad vigente. Pero las semillas ya están plantadas en múltiples rincones del planeta, germinando en cada proyecto de conocimiento libre, en cada escuela que hace diálogo de saberes, en cada comunidad que defiende sus memorias, en cada red que comparte información abierta. Tomar partido por el Buen Conocer es, en el fondo, optar por una política de la esperanza (Walsh, 2005) donde otro mundo es posible porque otros conocimientos –más solidarios, humildes y humanos– ya están naciendo y conectándose entre sí. El desafío y la promesa del Buen Conocer en el mundo actual es que, al liberar el conocimiento, nos liberemos también nosotros, reencontrándonos como colectividades capaces de pensar y crear futuros mejores en común.

Referencias Bibliográficas

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