La cartografía social ha emergido como una herramienta metodológica, pedagógica y política significativa para comprender y transformar los territorios desde las voces de quienes los habitan. Este artículo presenta una reflexión desde la práctica sobre el uso de la cartografía social en contextos comunitarios en Medellín, particularmente en la Comuna 8, como una metodología participativa que articula memoria, identidad, derecho al territorio y producción de conocimiento situado. Se busca mostrar cómo esta herramienta ha sido apropiada por comunidades excluidas del relato oficial de ciudad, para reapropiarse de su espacio, narrar su historia y proyectar alternativas de vida digna desde los márgenes urbanos.
¿Qué entendí por cartografía social?
La cartografía social no se reduce a la representación técnica del espacio. Es, ante todo, una construcción colectiva, subjetiva y situada del territorio. Según Garcés y Jiménez (2016), “hacer los mapas del territorio se convierte para las comunidades participantes en un ejercicio ritual que permite la resignificación del pasado” (p. 225). A través de este enfoque, los mapas se transforman en dispositivos narrativos donde confluyen historias, tensiones, emociones y aprendizajes.
Este tipo de representación permite superar las lógicas hegemónicas que conciben el espacio como homogéneo y neutral, proponiendo en su lugar una lectura del territorio desde las memorias localizadas, los afectos y los vínculos comunitarios.
Cuando la metodología se volvió política
La práctica cartográfica en contextos populares adquiere una dimensión política ineludible. Cuestiona los discursos oficiales de ciudad, pone en evidencia los conflictos territoriales y propone alternativas desde la organización comunitaria. En este sentido, la cartografía social se alinea con el planteamiento de Harvey (2003), quien sostiene que “el derecho a la ciudad es mucho más que la libertad de acceso a recursos urbanos: se trata del derecho a cambiarnos a nosotros mismos cambiando la ciudad” (p. 23).
A través del ejercicio cartográfico, las comunidades hacen visibles sus luchas por la tierra, la vivienda, el acceso al agua o la permanencia en el territorio frente a proyectos de desalojo o reurbanización. El mapa se convierte así en un instrumento de exigibilidad de derechos y de incidencia pública, en una herramienta de disputa simbólica y política frente a los imaginarios oficiales.
Metodologías que probé, sentí y compartí
En las experiencias desarrolladas en Medellín, los procesos de cartografía social se han estructurado a partir de metodologías participativas que privilegian el diálogo de saberes, la recuperación de memorias barriales y la creación colectiva. Los talleres han incorporado elementos como mapas colaborativos, relatos de vida, narrativas visuales y recorridos territoriales, generando espacios de encuentro y reflexión comunitaria.
La horizontalidad metodológica ha permitido que diversos actores —mujeres, jóvenes, líderes comunitarios— se reconozcan como sujetos de saber y como protagonistas en la construcción de conocimiento sobre su entorno. Además, ha favorecido procesos de formación política, al fortalecer la conciencia territorial y fomentar la apropiación crítica del espacio vivido.
Esta metodología ha sido especialmente útil para comprender cómo las comunidades desplazadas por el conflicto armado y asentadas en zonas de ladera han reconstruido sus vidas en territorios excluidos por las políticas de planificación urbana. Las cartografías permiten expresar las memorias del desarraigo, las trayectorias de lucha y las formas de organización popular que han hecho posible la construcción social del hábitat.
Escribir para no olvidar
La cartografía social implica no solo la construcción de mapas, sino también la elaboración de narrativas que sistematicen lo vivido. En este marco, la sistematización se constituye en una herramienta clave para el análisis crítico, la circulación del conocimiento y la retroalimentación comunitaria.
Garcés y Jiménez (2016) sostienen que “la sistematización de las cartografías constituye un repositorio de conocimientos endógenos, experienciales y políticos” (p. 217). Esta función de la sistematización fortalece los procesos organizativos, consolida aprendizajes y aporta a la memoria colectiva de los territorios. Sistematizar los ejercicios de cartografía social permite reconstruir las estrategias metodológicas utilizadas, valorar los aprendizajes colectivos y proyectar nuevas acciones políticas.
Además, los productos resultantes —mapas físicos, crónicas, audiovisuales, exposiciones— han servido para incidir en espacios de participación ciudadana, visibilizar conflictos y posicionar las voces comunitarias en escenarios de diálogo con la institucionalidad.
¿Por qué sigo haciendo cartografía social?
Sigo haciendo cartografía porque creo en el poder de las memorias localizadas, en la posibilidad de construir ciudad desde los bordes, en el derecho a narrar nuestros territorios desde nuestra propia voz. Porque, como dijo bell hooks (1990), “yo estoy situada en el margen […] como lugar de resistencia, como localización de una apertura y posibilidad radical” (p. 203).
En tiempos de creciente urbanización excluyente, gentrificación y despojo territorial, las metodologías como la cartografía social se consolidan como estrategias para democratizar el conocimiento, disputar los imaginarios hegemónicos y construir ciudades más justas. La experiencia en la Comuna 8 de Medellín es una muestra de cómo los mapas pueden ser también instrumentos de lucha, de memoria y de esperanza.
Referencias
Garcés, Á., & Jiménez, L. (2016). La cartografía social: metodología para el buen vivir. Estudio de caso: Comuna 8, Medellín. En Comunicación para la movilización y el cambio social (pp. 213-238). Universidad de Medellín.
Harvey, D. (2003). El derecho a la ciudad. En E. Sánchez (Ed.), Ciudades rebeldes (pp. 17-32). Akal.
hooks, b. (1990). Choosing the margin as a space of radical openness. En Yearning: Race, Gender, and Cultural Politics (pp. 203-209). South End Press.