BITÁCORA

¿Ciencia abierta para qué y para quién? Caminos desde el Sur para liberar el conocimiento

Vivimos en tiempos donde hablar de “ciencia abierta” suena moderno, inclusivo y prometedor. Sin embargo, no todo lo que se presenta como abierto lo es en verdad. Desde América Latina, distintas voces vienen planteando una pregunta clave: ¿abrir el conocimiento para quién y con qué propósito?

En muchos espacios institucionales, la ciencia abierta se entiende como acceso gratuito a artículos científicos o a bases de datos. Pero ese enfoque, aunque importante, suele dejar intactas las estructuras de poder que deciden qué se investiga, cómo se financia y quién se beneficia. Es decir, se abre la puerta, pero sin cambiar la casa.

Desde el horizonte del Buen Conocer y las epistemologías del Sur, otros caminos se están construyendo. Caminos que no solo buscan acceso, sino justicia cognitiva. Que valoran la pluralidad de saberes —ancestrales, populares, territoriales— y que proponen una ciencia colaborativa, relacional, situada. Una ciencia que escuche a las comunidades, que se deje afectar por la vida concreta, y que se comprometa con la transformación.

En Ecuador, el proceso de FLOK Society apostó por políticas públicas basadas en el conocimiento como bien común. En Bolivia, la Ley Avelino Siñani abrió paso a una educación que reconoce múltiples formas de saber. En distintas regiones, redes de bibliotecas, colectivos de cartografía social, radios comunitarias y laboratorios ciudadanos ya están haciendo ciencia sin bata blanca, desde el suelo y con la gente.

Este giro implica también repensar nuestras metodologías: trabajar en minga del pensamiento, sistematizar experiencias, mapear saberes, investigar con los pies en el territorio y el corazón en la comunidad. No se trata de “bajar” conocimiento, sino de construirlo en común.

Abrir la ciencia, entonces, no es solo cuestión técnica. Es una apuesta política y ética. Significa transformar el modo en que conocemos, compartimos y cuidamos el saber. Y sobre todo, implica responder a una pregunta urgente: ¿cómo hacemos de la ciencia un camino hacia la vida digna y no una herramienta más del extractivismo global?

Desde el Sur, con memoria y esperanza, ya se están sembrando respuestas.

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