En un mundo atravesado por profundas desigualdades y transformaciones constantes, la educación popular se presenta como una herramienta vital para sembrar esperanza, crítica y acción colectiva. Desde sus raíces latinoamericanas, esta práctica pedagógica no puede desligarse de los procesos históricos de cambio social, ni tampoco limitarse a metodologías. Es, ante todo, una apuesta ética y política por la transformación.
Lo popular como pueblo: sujetos del cambio
Una de las claves para comprender la educación popular es distinguir entre dos nociones de “pueblo”: el pueblo social y el pueblo político. El primero está conformado por los sectores que sufren desigualdad, exclusión o violencia estructural. El segundo lo componen quienes, desde distintos frentes, luchan por transformar esas realidades. La educación popular, entonces, reconoce a ambos como protagonistas de procesos pedagógicos que buscan superar las asimetrías.
Cambios que transforman: entre lo emergente y lo inédito viable
El cambio social no es un fenómeno lineal. Existen transformaciones cotidianas y estructurales, pero también aquellas que aún no existen y que debemos imaginar colectivamente. En palabras inspiradas por Paulo Freire, se trata de construir lo “inédito viable”: aquello que todavía no ha ocurrido, pero que puede llegar a ser si trabajamos hoy por crear sus condiciones de posibilidad.
Desde esta perspectiva, la educación popular se vuelve una práctica que no sólo denuncia, sino que anuncia. Anuncia otros mundos posibles desde las realidades concretas, los territorios, las experiencias y los cuerpos. Como dijo Freire, “sólo el amor engendra la maravilla”. Y esa maravilla se construye con perseverancia, terquedad y compromiso cotidiano.
Ética, política y pedagogía: una tríada inseparable
La educación popular no es sólo una forma de enseñar, sino una forma de estar en el mundo. Supone una dimensión ética que atraviesa todas nuestras acciones; una dimensión política que transforma relaciones de poder; y una dimensión pedagógica que permite el florecimiento de sujetos críticos, capaces de cambiar la realidad.
Estas tres dimensiones se entrelazan en cada espacio formativo, ya sea un aula, una plaza, una biblioteca rural o una comunidad organizada. Lo importante no es el formato, sino la intencionalidad: ¿estamos educando para mantener el orden existente o para transformarlo?
Memoria, arte y esperanza
El arte y la memoria también tienen lugar en este camino. Cantar juntos, recordar luchas pasadas, narrar nuestras historias desde abajo, son formas de aprender y de resistir. Porque educar popularmente es también crear belleza y comunidad en medio del dolor, es desafiar las formas tradicionales de conocimiento, y es, en última instancia, creer que el cambio es posible.